Acabo de leer el artículo "Mujer, ¿la sal de la tierra, la luz del mundo?"(2005) de nuestro profesor Ignacio Ramón Correa. Me ha parecido una lectura muy interesante e imprescindible. La recomiendo fervientemente.
A lo largo del tiempo, la condición femenina ha sido construida desde la mirada del hombre. Esto ha condicionado totalmente los roles de género y esto, a su vez, la estructura social. La sociedad, por muchos cambios que haya sufrido y por mucho que se haya desarrollado, tiene muy arraigados estereotipos de género que impiden la igualdad entre géneros. Con el debido respeto, quiero decir lo siguiente: quien piense que hoy en día la igualdad de género es una realidad, está totalmente confundido/a. En esta confusión, tenemos mucho que ver las mujeres, ya que somos, en cierta medida, cómplices de la violencia de género simbólica que sufrimos, aceptando y reafirmando normas, condiciones... favorables a los hombres, sin valorarnos a nosotras mismas.
Podríamos hablar largo y tendido sobre los diferentes ámbitos en los que la mujer está menospreciada. Necesitaríamos muchas horas para escribir todas las barbaridades que han arraigado la mirada patriarcal actual. Sin embargo, me gustaría centrarme en la idea final del texto de nuestro profesor:
«ser hombre… ser mujer… qué importa, si se tiene una perla en las entrañas para poder ser la sal de la tierra y la luz del mundo» (Correa, 2005: 14).
Creo que a mucha gente se le olvida que, ante todo y sobre todo, somos personas. Una de las ideas que tengo es ésa, precisamente, que, por encima de ser mujer, soy una persona. Si en la Declaración de los Derechos Humanos se habla de personas, no logro entender por qué en otros aspectos de la vida debemos hablar en términos de mujeres y hombres. Ya desde la escuela, esto viene determinado de forma trascendental, ya que, según dice Moreno (1986) "la Escuela es un lugar privilegiado para aprender a ser niño o niña" (citado en Correa, 2005: 7). Sí, yo también sueño con un mundo mejor, una escuela mejor y una educación que sea la base para la erradicación de las desigualdades. Por eso, apoyo la idea de Correa de que "la Escuela debería enseñar a pensar en vez de enseñar lo que otros han pensado, enseñar a cuestionar en vez de obedecer, enseñar a conseguir la autonomía personal y la crítica de la realidad en la que se vive con una actitud transformadora" (Correa, 2005: 7). En definitiva, debería de formar personas librepensadoras, críticas, solidarias y democráticas, independientemente de su condición de mujer o de hombre.
Hay situaciones cotidianas que hacen evidente esta necesidad de cambio. Cuando he terminado de leer el artículo de nuestro profesor, he ido a la cocina y ésta es la conversación que he mantenido con mi madre:
- Ama, he leído un artículo buenísimo de un profesor mío...
- Ah, ¿sí? ¡Qué bien! - me ha respondido.- Joe, Amaia, ¡qué descuidada tengo la cocina! Esto no puede ser.
- ...
No he respondido. Me he puesto en frente de mi ordenador y he escrito este post. Siempre intento darle otra perspectiva a mi madre. Siempre intento subrayar la importancia del reparto de tareas domésticas, así como la igualdad en todos los ámbitos, rompiendo los estereotipos marcados por la dominación masculina. Creo que es posible una educación basada en la igualdad, pero ¿es posible cambiar los roles arraigados en personas adultas? Mis intentos no parecen tener mucho éxito. Y, aunque no supone que hayamos perdido la guerra a favor de la igualdad entre géneros, me inunda el sentimiento de que ciertas batallas son imposibles de ganar.
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